miércoles, 12 de marzo de 2014

El mito del tiempo feat Hernán Arce



Hernán me dijo “El tiempo es un mito”
Mi vieja me dijo “Sos un pendejo inmaduro y te vivís cagando en todo”
Hernán estaba aguantando a un amigo al que su mujer, un mes atrás, lo rajó de la casa.
El chabón estaba super depresivo, la casa bastante sucia, su hijo cada vez que venía apretaba fuerte los ojos y lloraba, y preguntaba cuándo iba a volver. Y mi amigo Hernán ya estaba un poco harto, pero de todo eso logró entender algo:
"Cuando yo era chico iba a visitar a mi viejo a lo de un amigo, Ángel se llamaba.
Ángel le aguantaba los trapos a mi viejo cuando mi mamá lo rajó.
En aquel entonces yo no entendía muy bien por qué mi papá vivía con Ángel, ni por qué dormía sobre un tablón de madera apoyado en cajones de cerveza. Pero ahora veo que esta casa, es esa casa.
Ángel vendría a ser yo, mi amigo vendría a ser mi viejo, y el nene que decía “Tengo ganas de lágrimas” y chorreaba tibio amargor líquido por sus ojos, vendría a ser yo.
De chico, y más rubio. Y yo me conecté con ese Hernán, me conecté con ese Yo de hace más de veinte años y entendí que el tiempo es un mito...
El tiempo no existe si podés volver a recrear los momentos con la escenografía adecuada.”
Ya de vuelta en casa, bajando del Roca, me subo a mi bicicleta y soy un Nicolás de cuatro años aprendiendo a pedalear sin rueditas, es ésta mi fuente de la eterna juventud. Me rejuvenezco y pedaleo por el tiempo hasta mi Rosario natal y paro por un segundo en la que fue mi casa - la que es mi casa. Paro para ver el techo del que me caí a los seis años y casi me mato. Puedo ver el diente que perdí aquel día rodando entre los adoquines, y estoy seguro que esta mancha color marrón salió de mi boca. Un nene llora solo, en la peatonal Córdoba donde los sábados las chicas desfilan su glamour de rosarina culo parado de tanto caminar, porque el bondi es caro y la rambla hermosa. Y yo me pregunto dos cosas:

por qué los nenes están tan maricones,
y si este nene estará perdido. 
Lo llevo hasta un Mc Donald’s pero no lo dejo solo por obvias razones. Sus papás lo encuentran, y ese nene soy yo cuando me perdí por primera vez en la peatonal córdoba, un sábado, por andar mirando culos, a los siete años.
Paso por lo de mi viejo y lo encuentro en calzoncillos sentado frente a una netbook con sus teclas llenas de café con muchísima azúcar, apoya el codo en un cenicero rebalsado de colillas, me mira a los ojos con sus ojos inyectados en vino, y huelo que no se baña hace días. Sospecho que haya hecho algo en días además de jugar al tetris, creyendo que si logra ordenar esos ladrillitos de colores adictivos quizás algo dentro suyo se ordene. Le apago la compu, se pone violento. Corremos por la casa y mi viejo es mi viejo, y yo soy yo, pero la primera vez que me corrió por su casa a mis tres años porque le escondí las llaves del colectivo que manejaba. Pero esta vez es distinto. Esta vez no me puede pegar y tenemos una charla que más que una charla es un monólogo de sus penas alternado con valores de la bolsa alternado con los mínimos comentarios que lo hacen sentir un padre: 
"¿Cómo andan tus novias?
¿Cuánto te falta para recibirte?
¿Sabés que estoy orgulloso de vos, no?
Yo me mandé mis cagadas pero dentro de todo, ¿tan malo no resulté, no?"

De repente mi padre no es mi padre, y yo no soy yo, y yo en realidad estoy en el Pachamama viendo por primera vez a este pedazo de mujer que es Mana hablando de los vicios psiquiátricos de su viejo. Y Mana soy yo, y mi viejo es su viejo. Y como se me hace tarde vuelvo a Buenos Aires del mismo modo en el que llegué por primera vez: en el asiento trasero del auto de mi abuelo, escuchando Johnny Cash y masticando gomitas de eucaliptus. Pero mi abuelo se desvía y va para Salta a visitar a su hermana que quiso ser monja pero al final fue arqueóloga. Y por la ventanilla del auto veo pasar a un pibe en bicicleta, subiendo la ruta hacia tafí del valle, lo veo morir en cada esfuerzo y ese pibe soy yo y este auto es el que me salvó la vida a mis veintiún años cuando casi muero del esfuerzo y me remolcaron hasta Tafí. Y en ese lugar lo conocí a Hernán, y también el mismo día lo conocí a Lucas que resultó ser el sobrino de Guiyo, y yo justo andaba leyendo un libro suyo que se llama Naturo, que para mí habla de la continuidad, del vivir sin tiempo. Y cuando me enteré de eso sentí que Lucas era Guiyo, y Hernán y yo estabamos obligados a llevarlo a vivir una anécdota más, la última de las anécdotas que lo haga sentir una vez más que viajar es eterno.Pero es tarde y vuelvo a Buenos Aires del mismo modo en que me fui por primera vez: con un pasaje de tren en mi mano. 
Resulta que a todo esto mi vieja me mandó mil mensajes:
“¿Donde mierda andás?
¿Por qué siempre me hacés lo mismo?
¡Nunca me avisás cuando no volvés a dormir!
¡Esto no es un bed&breakfast!” 
A mi vieja le encanta esa expresión, y aunque en casa últimamente no hay un carajo para desayunar, no se lo digo. Le digo en cambio que no tiene que garantizar su tranquilidad mental a costa de la mía, y me dice
 “Sos un Pendejo inmaduro y te vivís cagando en todo, igual que tu viejo.” 
y con esa cachetada edípica me manda a ordenar mi pieza. Y esa vieja es mi vieja mandandome a ordenar mi pieza a mis cinco años, cuando yo le contestaba que los genios son desordenados, pero esta vez es distinto. Porque lo que mi vieja no entiende,
es que esa pila de ropa sucia,
esa pila de masa gris que se alza a la izquierda de mi cama,
recrea la escollera que me salvó la vida cuando me tiré al mar de La Lucila,
a mis quince años, demasiado borracho y pensé:
Nicolás agarrate porque te vas a hacer astillas contra esas piedras! Y que esa pila de ropa limpia,
ese mosaico prolijo que se alza a la derecha de mi cama,
recrea la forma de la mujer que me devolvió la vida, a mis veintidós años, con sus costillas.
Costillas que parecían escolleras, y pensé
Nicolás agarrate porque te vas a hacer astillas contra esas piernas!.
Y su pecho es la quilla de un barco de madera que me lleva hasta la orilla,
y si cambia la marea entonces floto a la deriva, entre estas dos escolleras
que son el tiempo y la nada misma,
que son en realidad lo mismo,
y esta es la escenografía que me mantiene con vida.