lunes, 22 de octubre de 2012

Nada para nadie


lunes, 8 de octubre de 2012

¿A dónde fue la noche?






Hace rato el reloj borró
la medianoche del mapa
el alba cayó

Dios debo estar soñando
De nuevo es hora de levantarse y
de nuevo hora de ponerse en marcha
ponerme las medias


Debería haber estado durmiendo cuando
ahí sentado bebía cerveza e intentaba
escribir otra carta para vos
No sé cuantas veces soñé
con volver a escribir
anoche

Debería haber estado durmiendo cuando
daba vueltas y vueltas la pila de discos
para al menos no estar despierto en soledad

¿A dónde fue la noche?

Debería dormir ahora y decir
"Me cago en la guita y en el laburo"
porque me gasté todo lo que tenía
en papeles
sin renglones
y no puedo avanzar de
"Hola bombón, ¿cómo estás?"

Me lavo los dientes y me afeito
Miro hacia afuera, veo
que el cielo está oscuro y pienso
que va a llover

¿A dónde fue la?
¿A dónde se fue?
¿A dónde?

domingo, 7 de octubre de 2012

10 de septiembre - Wond'ring Aloud

Por la mañana, cuando alzó las persianas del mundo, ella todavía dormía enredada entre las sábanas. Vestía la desnudez de su piel de leche y una melena prolijamente desordenada, y se escondía del juicio de las miradas ajenas bajo una camisa de hombre. El sol ingresaba de a rayitos por las grietas del ventanal ―deberia arreglarlo, pensó —trazando líneas sobre su pecho; se divertía explorando la superficie de su cuerpo o abrigándose bajo la tela que tapaba los detalles más sensuales.
Necesitaba verla toda pero sin despertarla. Cada botón suponía un desafío para su mano de artesano, cada botón era una oportunidad de romper el encanto, y eso era algo que no podría perdonarse al menos por el resto del día. Avanzó, botón, con el pulso, a botón, de un sastre que sólo quiere deshacerse de la clandestinidad que imponen las telas al cuerpo para el cual cose.
En ese momento quiso encontrar la metáfora perfecta para describir esas curvas, para descubrir en esas curvas todo lo que no podía decirse.
—¿Médanos? —se preguntó en su cabeza, y asintió imaginando la espuma del mar embestir contra la escollera de sus costillas; a los niños corriendo por su vientre remontando barriletes; enamorados en busca de algún rincón escondido, de alguna gruta que les sirviese para quererse como nunca; gaviotas sobrevolando el reflejo del sol en la arena, chañares todavía jóvenes creciendo en el monte, o recién podados, daba igual. Se guardó esa imagen en su álbum personal de "lugares ficticios aunque no por ello menos hermosos", y se dispuso a abandonarla.
La madera húmeda de los escalones se quejaba como un cachorro cada vez que el peso de todo el cuerpo recaía sobre el pie que recaía sobre cada uno de éstos. Sentía la fricción contra las astillas que amenazaban clavarse en sus plantas desnudas; sentía el contraste entre esta aspereza y la suavidad del pelaje terso del gato, que no podía evitar cruzarse entre sus pies haciéndolo resbalar, caer unos metros después y ¡ardor en la palma de las manos que lo amortiguaron! ¡Ardor como el de los pies que caminan descalzos por la arena bajo el rayo perpendicular del sol del mediodía! ¡Ardor como en sus corazones, cuando sabían que no se eran sinceros y así y todo preferían distraerse con las banalidades de todos los días construyendo una coraza de pequeñeces y sinsentidos!
Se levantó, aún dolorido, y comprendió que la arena que cubría la piel de esa mujer no era la de una playa sino la de un desierto. Los niños no eran sino serpientes, crótalos cornudos; saltando de lado a contralado de su vientre, marginando el contacto entre sus escamas y los cristales a fracciones de segundo para evitar quemarse. Cristales que ardían -cada uno- con la intensidad de mil soles. Contacto que bien habían sabido mantener por horas, abrazados.
No sólo las manos le ardían sino el cuerpo entero; vesículas primero, luego, ampollas luego, úlceras tan difíciles de cicatrizar que decidió dejarlas abiertas para que el viento de la montaña las soldase.
Afuera corría una brisa dulce, presagio de una tormenta que llegaría hacia el anochecer. Se acercó al río sabiendo que a esas horas el agua que caía de la vertiente estaría (cong)helada, se sumergió para cerrar sus heridas y éste le regaló algunas de sus lágrimas pero no fueron suficientes.
Juntó duraznos ya caídos del árbol, eligió aquellos que aún no habían sido invadidos por las hormigas, y volvió a la cabaña. Subió dos escalones y volteó hacia el Este, para disfrutar la figura que formaba el sol asómandose entre las cumbres. El retrato era terriblemente parecido al que hubiera hallado de haberse podido ver a sí mismo, un rato antes, reposando su cabeza sobre esos pechos. Saludó a los espíritus que podía ver y a los que no, antes de voltear nuevamente y empujar la puerta, esquivar el gato, lavar los duraznos y cortarlos en juliana, endulzarlos con miel de caña, poner a calentar el agua.
Sabía que era cuestión de tiempo hasta que debiera tomar una decisión, pero por el momento le bastaba con desayunar junto a ella.